martes, 19 de agosto de 2008

Historia de una cabeza


Mi madre siempre anheló tener una familia numerosa, pero su segundo parto, a la sazón, mi nacimiento, dio al traste radicalmente con sus expectativas. Se dijo para sí e hizo saber a los demás que ese sería su último parto, que nunca más volvería a pasar por una experiencia traumática semejante. Y todo por culpa del extraordinario tamaño de parte de mi anatomía; más concretamente al volumen de mi cabeza.

Me apresuro a decir, para que los malpensados no se hagan una idea inapropiada de mi físico, que aunque éste no sea para tirar cohetes, mi cabeza actual no dista mucho de lo que podría considerarse como normal y el cuerpo está al tenor de la misma. El problema no es, sino que fue: Al nacer yo poseía una hermosa y esplendorosa cabeza propia de un adulto que remataba, prominente, mi cuerpecillo de bebé.

Con el devenir de los años, el cuerpo fue adoptando tamaño y formas propias de cada edad sin que, por el contrario, la cabeza experimentase cambio alguno en cuanto al tamaño. Tanto es así, que para constatar la veracidad de tal afirmación, puedo decir que, al día hoy, poseo una talla de cabeza exactamente igual a la que tenía cuando nací. Hasta tal punto esto es cierto que actualmente puedo cubrirme sin problemas con los mismos gorros que me adornaron en mi más tierna infancia. Si ir más lejos, no hace mucho me vi en la obligación de demostrar a un incrédulo interlocutor esta curiosa particularidad y busqué y hallé uno de aquellos gorros de paja con los que se enjaezaba a los infantes allá por los años sesenta y que mi madre, aquejada desde jovencita de prematuro “síndrome de Diógenes”, guardaba desde entonces. El gorro en cuestión se ajustó a mi testa como un guante a su mano respectiva. Y más allá del ridículo aspecto que me confería podría haber salido de paseo con el citado aderezo.

Semejante proeza se debe, según la pertinente explicación médica, a que yo tuve la ocurrencia de nacer con un pequeño trastorno sin importancia y estadísticamente muy infrecuente conocido como “adultus cápita” o también “hypercephalis infans”, esto es, poseía una cabeza propia de adulto siendo un niño. Una cabeza grande y bien formada que fue el asombro de la profesión médica que desfiló por la cabecera de la cama de madre y neonato en cuanto se propaló la noticia. La “Gota de Leche”, lugar de mi nacimiento, fue por aquél entonces hervidero de médicos, tráfago de pediatras que quería constatar con sus propios ojos aquel hecho sin parangón. Todos ellos, a la postre convinieron en certificar que con aquella fecha y en aquel lugar se acababa de batir la plusmarca mundial de “cerramiento de fontanela”. Registro que, con orgullo, aún ostento en la actualidad y del que queda fe en una placa conmemorativa que a tal efecto tuvieron a bien fijar las autoridades competentes en la fachada de tan noble edificio gijonés y que aún se conserva para sorpresa y maravilla de los viandantes que reparan en ella: “Al ilustre patricio y prócer gijonés Armando Martín Fernández que dio fama a esta Santa Casa con su inaudita hipercefalea. Enero de 1960. El pueblo de Gijón”. Lo de Armando, no se trata de una equivocación; antes al contrario, pues ese fue el nombre que, presa de un enorme aturdimiento debido a la traumática experiencia, fue capaz de balbucear mi madre ante las preguntas de las atónitas enfermeras. Más tarde, recobrada templanza y seso acordaron darme la gracia por la que hoy se me conoce, pero para entonces en los registros oficiales de la inveterada institución ya figuraba el nombre de Armando.

En este curioso incidente sin importancia, se apoyan mis descreídos críticos para poner en tela de juicio la veracidad de lo que aquí se cuenta, toda vez que niegan que esa sea mi identidad. En ese dato y la circunstancia de que semejante plusmarca no está registrada en el afamado Libro Guinness de los Records. Esta circunstancia no hace más que evidenciar su propia ignorancia aderezada con grandes dosis de envidia, pues es sabido que dicho libro, no fue introducido en España hasta años más tarde, habida cuenta de las autoridades de por aquel entonces mantenían unas actitudes absolutamente xenófobas que les hacía repudiar cualquier “invento” foráneo.

Para el lector bien intencionado que dé justamente por bueno lo que antecede, diré que, si bien me siento orgulloso, como digo, de haber protagonizado un hecho tan singular, no siempre las consecuencias derivadas del mismo han sido todo lo gratificantes que cupiera esperar, más allá del hecho de que nunca, con excepción de la mencionada placa conmemorativa, se ha dado la importancia que, modestamente, creo que el hecho se merecía.

Fueron (y aún hoy lo son) varias las circunstancias derivadas de mi particularidad física que me trajeron importantes consecuencias en los años sucesivos.

Uno de ellos que, aunque parezca baladí, a mí me contraría enormemente por lo que supone de merma emocional, es que apenas existen documentos gráficos de mi más tierna infancia. Y si existen están borrosos o aparezco siempre en una posición de “decúbito prono”. No se conservan fotos de mi persona como las que adornan todos los álbumes familiares, es decir, en posición sedente. Las pocas que existen (no más allá de dos), siempre aparezco con el brazo de un adulto a mi espalda, tal si fuera el muñeco de un ventrílocuo. Tan enigmática mano no hacía más que preservar mi verticalidad, pues de otro modo era imposible obtener un daguerrotipo en posición de sentado pues el tamaño y peso de mi cabeza hacía que, no bien me habían situado en la posición más conveniente, al retirarse unos metros para efectuar el disparo, yo perdía de inmediato la verticalidad estampando con estruendo la cabeza contra el piso, ora hacia adelante, ora hacia atrás, ora hacia los lados. Por demás diré que semejante porrazo devenía en inconsolables llantos que resultaban muy poco fotogénicos, por cierto, lo que obligaba a largas sesiones de carantoñas y pantomimas hasta que se consideraba que yo volvía a estar de nuevo en perfecto estado de revista a los fines fotográficos. Y vuelta a empezar para desesperación del fotógrafo.

Tan solo muchos meses más tarde y coincidiendo con una visita familiar a la playa algún ocurrente personaje, dio con el método adecuado para que mi sedente verticalidad no se viera comprometida. Era tan simple como ingenioso: bastaba con hacer un hoyo en la arena en el que poder encajar convenientemente mis posaderas y evitar el inestable balanceo de mi cabeza.

No obstante, como digo, no son muchos los retratos que se conservan, lo que en cierta medida, supone como si parte de mi infancia me hubiera sido hurtada. Además, el hecho de que las pocas que se conserven tengan la apariencia descrita sumado al proverbial escarnio que los hermanos mayores hacen con los que les suceden y que en el caso de mi hermano tuvo especial virulencia, yo crecí creyendo que era el nieto de “Doña Rogelia”.

Pero, con todo, no es esta una de las consecuencias más indeseables de mi hipercefalea. Quizá la más significativamente desagradable se derivó del hecho de que el abultado tamaño sólo atañía a la estructura craneal, que no a la talla cerebral. Es decir, que por muy grande que fuera mi cabeza, mi cerebro nunca estuvo en correspondencia. En consecuencia, siempre adolecí de lo que se da en llamar holgura cerebral. Esta dolencia cursa con unos síntomas tan evidentes como molestos para quien los padece. Cuando el paciente acomete un movimiento de arrancada brusco, es decir, comienza a caminar demasiado bruscamente, siente, por efecto de la inercia un pequeño golpe en la parte posterior del cráneo; de forma análoga cuando detiene su marcha de improviso por el mismo efecto físico, siente golpear en la parte frontal del cráneo.

Aunque estos síntomas resulten un poco molestos, en general se termina uno acostumbrando o bien trata de minimizarlos no realizando arranques y paradas bruscas o, bien se adquiere una extraña habilidad consistente en pequeños movimientos de cintura casi imperceptible que, a modo de servomecanismo, palían la rigidez del tronco y minimizan el impacto.

No obstante, en general, tiende a producirse un pequeño roce de la masa encefálica con las paredes craneales lo que trae como consecuencia una irritación cerebral (“cerebritis por holgura intracraneal”) que pese a no tener graves consecuencias, genera leves trastornos cognitivos: el acto de pensar implica un esfuerzo suplementario, toda vez que se ve acompañado un pequeño escozor. Una vez metido en materia, esto es, cuando uno lleva tiempo pensando, la zona se desensibiliza y apenas si se nota el escozor mientras no “enfríe”. Así las cosas, como consecuencia cognitivo-comportamental directa, se advierte que o bien uno rehuye cualquier tipo de actividad mental o, por el contrario, una vez iniciada se propende a no detenerla; la manifestación conductual externa de los individuos aquejados de semejante trastorno es una actitud ausente unas veces o que deriva, en ocasiones, en una verborrea incontenible y extenuante tanto para el sujeto paciente como para sus posibles interlocutores, que, en cierto modo, también pasan a “padecer” al sujeto.

Son pocos los tratamientos paliativos de semejante dolencia. El más eficaz pero también el más invasivo, y por tanto poco recomendable, consiste en la introducción, vía trepanación, de silicona líquida neutra que al ser una sustancia inerte rellena sin más consecuencias el espacio intercraneoencefálico. Al parecer, otras pruebas realizadas con espuma de poliuretano no han sido en absoluto satisfactorias pues, dado el carácter expansivo de la materia, tendía a invadir otros compartimentos como las fosas nasales y el oído medio, lo que derivaba en consecuencia harto indeseables: sordera, anosmia, etc.

Con todo puedo decir que yo creo haber dado con una solución en absoluto invasiva y más próxima a lo que se entendería como dentro del ámbito de lo que se conoce como terapia cognitivo-conductual con claras implicaciones psicosomáticas, en tanto en cuanto parece existir una evidente transformación morfológica fruto de una actividad cognitiva inducida.

En detalle, se trataría de pensar en “tonterías”. Efectivamente, he comprobado empíricamente cómo las ideas absurdas y sin importancia, sin contenido racional alguno, tienen el mismo efecto en el cerebro que los gases tienen en el intestino, esto es, inflarlo sin por ello llenarlo de contenido. En consecuencia, las tonterías inflarían el cerebro de manera artificial sin que ello implicara un pensamiento racional con contenido, evitando así, una actividad cognitiva en sí misma y por ende lo que esta produce. Sin embargo, el aumento de tamaño hace que el cerebro encaje de forma natural en las paredes craneales desapareciendo así la holgura encefálica determinante etiológico de la irritación y sus desagradables consecuencias.

No me siento especialmente satisfecho de que, debido a esta singular solución, uno manifieste un comportamiento bien extraño a los demás, que desconocedores de la verdadera razón de tanta tontería, me asigne de forma gratuita, irracional e inmerecida la etiqueta de “tonto de remate”. No obstante, bastaría con pensar en ellas y no transmitirlas si no fuera porque la experiencia me dice que si pienso demasiadas se produce la misma molesta sensación que uno tiene cuando tiene un exceso de gases intestinales, en cuyo caso la única forma de aliviar esos síntomas es proceder a verbalizar las tonterías. Pero, siguiendo con la analogía, del mismo modo y manera que la liberación de gases intestinales se realiza mediante actos sonoros manifiestamente desagradables, la liberación de los “gases” cerebrales también implica actos sonoros (léase alocuciones) e igualmente desagradables, especialmente para los interlocutores que circunstancialmente se encuentren presentes a los cuales, desde aquí, pido disculpas por anticipado.

2 comentarios:

xuacu dijo...

JODER, RAMÓN, EL TÚ BLOG YE MÁS DIFICIL DE ENCONTRAR QUE CONSEGUIR UN CRÉDITO HIPOTECARIO.ESPERO QUE NO TE MOLESTE QUE LO AÑADA A FAVORITOS EN EL MÍO, QUE TANTA "CABEZA" TIENE QUE SER CONOCIDA POR EL MUNDO MUNDIAL.
SALÚ.

xuacu dijo...

JODER OTRA VEZ, INTENTO METER TU BLOG EN ENLACES Y ME DICE QUE "ELMUNDOENCEROSYUNOS" NO EXISTE,¿QUE HICISTE? SIN EMBARGO AL DARLE AL ENLACE SI SALE TU BLOG.
NO ENTIENDO NADA.