martes, 7 de abril de 2009

Locuacidad impresionante

Si hay algo que llama poderosamente mi atención es la capacidad que tienen las mujeres para entablar conversaciones duraderas a partir de un tema, aparentemente trivial.
Claro está que su capacidad para la expresión verbal parece estar suficientemente contrastada desde un punto estrictamente científico. Son muchos los estudios que ponen de manifiesto una predisposición genética que les confiere un cerebro “lingüístico”, con un mayor número de conexiones neuronales en las áreas relacionadas con la compresión y expresión verbal.
Bien. Pero con todo y con eso sigue maravillándome que su proverbial locuacidad sea capaz de alargar hasta extremos inverosímiles una conversación sobre un tema sobre el cual dos hombre no serían capaces de enlazar más de cuatro palabras seguidas.

Refrenda lo que digo la realidad cotidiana. Y mi propia realidad no es una excepción. Cada mañana me desplazo al trabajo en autobús en un trayecto que no demora más allá de treinta minutos. Pues bien, asisto maravillado, cada día, a un ejemplo de lo que digo.
Pongo por caso lo que sigue.
Acurrucado en mi asiento, en una suerte de catatonia directamente relacionada con lo intempestivo del horario, asisto a la subida al autobús de una fémina que da en sentarse en el asiento anterior al mío donde permanece, en estado de asombrosa vigilia, otra mujer de parecido aspecto a la recién llegada.
No bien se acomoda se inicia el portento.
-¡Ay! ¿Qué fuiste a la peluquería?
-Sí, boba... Hacíame una falta....
-Pero ... ¿Qué pusiste meches?
-No, no. Sólo corté les puntes y eché un plis.
-Buena falta me hacía a mí porque téngolo...
-No fía, tampoco está tan mal. Tú sólo con lavar y marcar ya vas lista.
-Calla, calla, muyer, si tengo unos pelos de lloca que paqué. Pero ye que me da tanta pereza.
-Y a mí también, chica, pero ye que llega un momento en que empieza a enrédaseme el cepillu que no hay manera...
-Y, entonces, ¿cómo no aprovechaste pa poner les meches?
-Ay, porque eso a mí sí que me da pereza. Casi, que prefiero haceme la permanente y así estar unos mesinos sin ir.
-Pues a ti suele quédate muy bien.
-¿Tú crees?
-Sí, chica. Si fuese yo... pero tú. Quédate todo tan mono.
-Pues tu, chica, con esi pelín tan agraciao que tienes... no sé como no lo dejes así. Con un bañín de color y listo.
-No sé, ye que me veo rara... son tantos años... chica.

¡¡Y así treinta minutos!! Y porque el viaje toca a su fin que si en vez de ir de Gijón a Oviedo, fuera de París a Tombuctú la conversación seguiría en los mismos términos sin solución de continuidad. ¡Qué barbaridad! ¡Qué capacidad para el diálogo!
Por otra parte resulta imposible transcribir exactamente el transcurso literal de la conversación pues, por motivos obvios, la plasmación literaria de una conversación conlleva una sucesión temporal de intervenciones alternantes. Sin embargo, en el plano real las intervenciones tienen lugar de forma no sucesiva, sino más bien simultánea. De manera que aun cuando no haya terminado la alocución de una interlocutora, la otra ya está iniciando la respuesta que antes de acabar se verá solapada por la interpelación de la contraria y así sucesivamente. Y todo ello con la absoluta seguridad de que ambas las dos están enterándose por completo de lo que está diciendo la otra sin perder un ápice. ¡Una maravilla! ¡Un portento!

Si una situación semejante se produjera entre dos interlocutores varones, puedo dar fe que sería harto distinta.
Cuando el recién llegado iniciase la conversación todo quedaría resuelto en escasos segundos de una manera semejante a la que sigue:

-Hombre... ¿Qué? ¿Vinieron los indios?
-Ya ves... ya me hacía falta, ya.
-Bien, hombre, bien...
-Si.

Y eso es todo. ¿Qué más se podría decir? Ya está dicho todo se dirán ambos interlocutores. Uno ha cortado el pelo y el otro, en un alarde de perspicacia y dotes observadoras, se ha percatado de ello y se lo hace saber con una frase tan original como jocosa. El otro siente la necesidad de justificarse y el primero lo entiende y lo aprueba. Y es que lo del pelo no da para más. O eso se creen ellos.

Bien. Antes de que las atentas lectoras, como siempre suele ocurrir, se sientan agraviadas con estos comentarios; algo totalmente injustificado si atendemos a la admiración que me causa lo descrito. Antes, digo, de que eso ocurra y que manifiesten (con razón, por supuesto, como siempre) que si se tratase de otros temas la cosa cambiaría, me adelanto a darles la razón, como digo.
Efectivamente, sólo hay un tema en el que los hombres son capaces de mostrar una habilidad semejante. Se trata, por supuesto, del fútbol.
Es curiosa esta habilidad tan específica y especializada. No hay estudios al respecto que expliquen cómo el fútbol es capaz de transformar el tosco cerebro de un hombre en un grácil y flexible cerebro de mujer dando de sí una locuacidad sin parangón. Estaríamos hablando de un potencial lingüístico que se plasmaría en verbo fácil a partir de un único y determinado estímulo. Sería lo que los psicólogos darían en llamar especificidad estímulo-respuesta, pero cuya funcionalidad depende de resortes y mecanismos psico-fisiológicos difíciles de interpretar.

En efecto, no son escasas las veces que he asistido en el mismo escenario a una prueba palpable de lo antedicho. Hecho que añade unas peculiares características difíciles de explicar como es el hecho de la conversación se inicia, a juicio del observador (oyente), sin las claves suficientes para determinar de qué o de quién se está hablando. Hecho éste que denota, a su vez, una extraña especialización y una asombrosa capacidad para intuir, a bote pronto, de qué y quién se debe hablar en ese preciso momento.
Así, la escena sería la siguiente: Un grupo reducido de hombres está (como siempre) medio adormilados en la última fila del autobús. Se incorpora al grupo uno con un poco más de ánimo y comienza el espectáculo:

-Qué... ¿viste? ¿Qué te decía yo?
-Calla, calla. No me hables. Pa matalos.
-Ye que así, no vamos a ninguna parte.
-Eso mismo díjelo yo, hai un par de meses.
-Y luego sal el otru faltosu y diz que... bueno, ¿pa qué? ¿tú creeslo?
-Esi, otru babayu...
-Sí, home, sí. Babayu pero ahí lu tienes...
-Pero ye que ye too igual ¿oíste?... Yo voy borrame.
-Y haríes bien. Yo, si no lo hago, ye pol guaje.
-Pues voy decite más: no voy anque me paguen.
-Ye que non hai derechu... Con les perres que ganen.
-Había que matalos a toos...
-A toos.

Y así hasta Oviedo. Obsérvese, la extraña capacidad de hablar de algo y de alguien sin haber hecho ninguna referencia a ello ni a cuándo ocurrió, y sin embargo ambos interlocutores son capaces de reconocer, no sé bien gracias a qué invisibles claves, el tema, los protagonistas, la situación espacio-temporal... todo. Se diría que se trata de una misma conversación iniciada, quién sabe cuándo, y que continúa justo en el punto donde se dejó la última vez que tuvo lugar el encuentro. Una maravilla.
Lástima que tal capacidad en el caso de los varones se reduzca única y exclusivamente al fútbol. Suponiendo que de lo que estén hablando sea de eso, claro.

1 comentario:

xuacu dijo...

Pero bueno Ramón, en el autobús a esas horas se duerme no se cotilléa lo que dicen los demás.
Por cierto, ayer fuí a la peluquería y no veas corté el pelo y blablablabla.....
SALUD.