sábado, 22 de marzo de 2014

Registro Civil de Neonatos

-    Buenas.
-    Muy buenas.
-    ¿Es aquí donde se inscriben los recién nacidos?
-    Aquí es, sí señor. ¿Qué quería?
-    Pues eso… inscribir a un recién nacido.
-    Muy bien. Dígame. Nombre del padre.
-    Ramón. Ramón Martín.
-    ¿Y la madre?
-    En el hospital.
-    Ya, ya me imagino. ¿Pero cómo se llama?
-    Manoli.
-    Manoli no es ningún nombre.
-    ¿Cómo que no? Me lo va usted a decir a mí, que así se llama mi mujer.
-    Si ya, ya me lo ha dicho. Pero yo lo que quiero decir es que eso es como la llamará usted. Pero que tendrá otro nombre.
-    No, no. Yo no la llamo Manoli, yo la llamo “Amor”.
-    Vaya. Pero tampoco es un nombre. Yo me refiero a su nombre de pila. A su nombre oficial.
-    ¡Ah! Claro. Manuela. Se llama Manuela.
-    Qué más.
-    No, nada más. Sin el María delante, ¿sabe? Lo tenía, pero se lo quitó.
-    No, hombre. Me refiero a que cómo se apellida.
-    ¡Ah! Claro, hombre.  Amor.
-    No, no. Vamos a ver. Ya le he dicho que no me interesa cómo la llama usted en la intimidad. Quiero saber el apellido.
-    Pues, eso. Lo que le digo: Amor.
-    Ah, ¿qué se apellida Amor?
-    Si claro, eso le he dicho.
-    O sea, que usted en la intimidad ¿la llama por el apellido?
-    No. Qué va. Yo en la intimidad la llamo “Amor”.
-    Pues, eso. Lo que yo digo: que la llama por el apellido…
-    No, hombre, no. ¿Cómo la voy a llamar por el apellido? Menuda intimidad entonces. Yo la llamo “Amor” pero cariñosamente. ¡Cómo se pondría mi mujer si la llamara por el apellido!  Menuda es ella. No la conoce.
-    No efectivamente, no la  conozco. Déjelo, déjelo. Vamos a lo que vamos. Así que dice que su mujer se llama Manuela Amor.
-    Eso es sí señor. Pero yo la llamo…
-    Déjelo, por favor… No me interesa cómo la llame o deje de llamarla usted. Dígame, por favor: ¿nombre de la criatura?
-    ¿Qué criatura?
-    ¿Cuál va a ser? La suya. La que acaba de nacer.
-    No es una criatura.
-    ¿Cómo que no? Entonces que acaba de tener usted. ¿Una lavadora?
-    No hombre, no. Una lavadora, dice… Lo que quiero decir es que es un niño. De ser, sería “criaturo”.
-    Bueeeeno… Pues el nombre del “criaturo”. Del niño, quiero decir.
-    No. Aún no lo tiene ¿sabe? Por eso estoy aquí.
-    Ya, ya. Hasta ahí estamos de acuerdo. Y yo también:  para ponerle nombre a su hijo. ¿Quiere hacerme el favor de decirme cómo quiere llamar a su hijo?
-    Psst.
-    ¿Qué quiere ahora?
-    Inscribir a mi hijo, ya se lo dije.
-    Sí, sí, hombre. Ya lo sé. Pero es que usted me acaba de llamar la atención.
-    Oiga, oiga, perdone pero yo no le he llamado la atención nadie.
-    No. Quiero decir que usted me ha hecho: Psst.
-    No, no. No me entiende. No es que yo le esté llamando la atención. Yo le estoy diciendo el nombre de mi hijo.
-    ¿Qué nombre? Usted aún no me ha dicho el nombre de su hijo.
-    ¿Cómo que no? No le estoy diciendo que Psst.
-    ¿Cómo que Psst? ¿Pretende usted llamar a su hijo Psst? Eso no es ningún nombre.
-    Ya estamos. ¿Cómo que no?
-    No hombre, no. Es lo mismo que “Manoli”. Eso tampoco es un nombre.
-    Hombre, me lo va a decir usted a mí que así se llama mi mujer.
-    Bueno, bueno. No empecemos otra vez. Yo lo que quiero decir es que tiene que ponerle usted un nombre a su hijo que yo pueda inscribir en el registro.
-    ¿Y por qué no puede usted inscribir el nombre de Psst?
-    Porque no. Porque no está permitido.
-    ¿Cómo que no? Oiga, yo me he enterado ¿sabe? Antes de venir aquí me estuve documentando y sé que puedo ponerle a mi hijo un nombre con tal de que no sea ofensivo. Y no creo yo que Psst sea muy ofensivo, que digamos.
-    Hombre, estrictamente hablando, tiene usted razón. Ofensivo no es. Pero ¿cómo se la ha ocurrido a usted semejante extravagancia?
-    No es ninguna extravagancia. Es pura lógica. Yo no quiero condicionar a mi hijo en ningún sentido ¿sabe? Por ejemplo, no le voy a bautizar en ninguna religión. Quiero que sea él mismo, de mayor, el que escoja si quiere tener una u otra religión.
-    Ya, y eso ¿qué tiene que ver con llamarlo así?
-    Pues lo mismo. Yo no quiero ponerle un nombre que luego, cuando sea mayor no le guste y me eche a mí la culpa el día de mañana. Yo tengo un amigo que se llama Cojoncio que se acuerda de su padre todos los días de su vida y no precisamente para bien.
-    Ya ¿y lo de Psst?
-    Pues hombre, de alguna manera habrá de dirigirse a él hasta que el elija un nombre que le guste ¿no?
-    Ya.
-    Y usted cuando quiere llamar la atención de alguien que no conoce ¿cómo lo hace? ¿No dice usted: psst, psst?
-    Sí. Puede.
-    Pues, eso. Ahí lo tiene. Yo quiero llamarlo como lo va a llamar todo el mundo: Psst. Además es un nombre breve, sencillo, fácil de pronunciar por todo el mundo… Psst.
-    No si… mirándolo así.
-    Pues claro hombre. No vaya usted a pensar que es una ocurrencia. Es algo que llevo meditando desde hace mucho. Es puro sentido práctico de la vida. Es más, he decidido que yo mismo quiero cambiarme de nombre.
-    No me diga.
-    Sí, sí. Y le agradecería que me dijera en qué dependencia se puede hacer semejante trámite.
-    Pues, mire usted, da la casualidad que en esta misma ventanilla. Esto es el Registro  Civil, ¿sabe?
-    ¡No me diga! ¡Qué bien! Pues cuando acabemos con lo de Psst. Empezaremos con lo mío.
-    Oiga, y por curiosidad ¿qué nombre ha elegido para usted?
-    Pues eso, lo que usted acaba de decir.
-    ¿Yo?
-    Sí, sí. Eso mismo, oiga. Oiga.
-    Qué.
-    Qué, ¿qué?
-    Que qué quiere, usted.
-    Oiga, yo no quiero nada. Yo lo digo que Oiga es como quiero llamarme.
-    Ya, ya. Ya le oigo, dígamelo.
-    Pero si se lo estoy diciendo: Oiga.
-    Y dale, que ya le oigo. ¿Cómo?
-    Pues eso, le digo: que quiero llamarme “Oiga”.
-    ¡Oiga!
-    Qué.
-    No, no. Sólo repito. Asombrado, por supuesto. Pero eso no es ningún nombre, como no es ningún nombre Psst, o Manoli.
-    A mí me lo va a decir, pero si así llama mi hijo y mi mujer.
-    Ya estamos… No empecemos otra vez. Ya sabe lo que quiero decir… Y ¿cómo se le ha ocurrido a usted cosa semejante?
-    Pues, por qué va a ser. Si usted lo ha visto ahora mismo.  Cómo me ha llamado usted, pese a saber ya cómo me llamo. Pues, me ha dicho “Oiga”.
-    Oiga.
-    Si eso es. Oiga. Todo el mundo cuando quiere dirigirse a alguien y no sabe cómo se llama ¿qué dice? Pues, eso: “Eh, oiga”. Y el tipo va y mira. ¿O no? Pues ya está. ¿Por qué la gente va a saber cómo me llamo? Además, así es como en realidad me llama la mayoría de gente en este mundo. No voy a ponerme el nombre por el que me llama mi mujer.
-    ¿Y cómo le llama su mujer? Si se puede saber.
-    Pues hombre, depende del humor que esté. Si está de mala uva me llama cosas que usted no puede ni imaginar. Mucho peores que “Oiga”, se lo aseguro. Pero de normal me suele llamar “Aquí”.
-    ¿Cómo que aquí?
-    Sí, sí. Cuando habla a los demás de mí y estoy yo presente suele decir: “Porque ‘Aquí’  no sabéis lo que se le ocurrió hacer ayer…” Y hace un gesto señalándome.
-    Ya.
-     La verdad es que  no sé cómo me llama cuando yo no estoy yo presente.  Pero, oiga, puede usted imaginarse que no me va a llamar precisamente “Allí”. Se lo aseguro.
-    Ya entiendo, ya.
-    Así que opté por un nombre más “universal” ¿sabe usted? Y por eso elegí, Oiga.
-    Ya. Y otra curiosidad. ¿Tiene usted perro?
-    Si, si. Un bóxer precioso. Muy cariñoso.
-    Ya. Y si a su hijo quiere ponerle Psst y usted quiere llamarse Oiga. Tengo la inquietud de saber cómo llama usted a su perro.
-    “Venaquí”.
-    Debía haberlo imaginado.
-    En fin, señor Martín. ¿O debo llamarlo Oiga?  Ya queda todo anotado convenientemente. Espero que su hijo tenga una vida feliz y que cuando decida ponerse el nombre definitivo, si yo sigo aún aquí tendré mucho gusto en atenderle. Y saludos a su señora.
-    Adiós, muchas gracias. Ha sido usted muy amable.
-    Adiós, Oiga, adiós.

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