viernes, 8 de julio de 2011

La Ley del Progreso


Hoy quiero ponerme un poco serio. Tan sólo un rato, lo suficiente para contar una pequeña historia que viene a colación de los controvertidos “derechos de autor” casi siempre en la palestra y hoy más que nunca con motivo del desafortunado “affaire” protagonizado por la SGAE. Uno más.

La historia es la siguiente: Mi padre tenía un oficio muy peculiar. Era artesano de la madera; concretamente, tornero. Pero el oficio se morirá con él. Como tantas otras ocupaciones que se han visto avocadas a la desaparición debido a un cambio en la tecnología. Si en un momento dado, la aparición de una nueva tecnología favoreció su oficio al reemplazar su ‘torno eléctrico’ al arcaico ‘torno de pie’, décadas más tarde un nuevo cambio tecnológico, concretamente la aparición del ‘torno copiador’, acabó con su forma artesanal de tornear la madera.
Y es que el mundo cambia en la medida que se van sucediendo distintos cambios tecnológicos. Estos favorecen a ciertos sectores de la población y perjudican a otros, pero es la “ley del progreso”.

Pero mi padre, además, complementaba sus ingresos con otra ocupación que le ayudaba a mantener a su familia: la Música. Tras haber aprendido desde la niñez a tocar un instrumento se dedicó muchos años a amenizar los bailes de aquí de allá. Dura ocupación la de este tipo de músicos: ensayos, viajes, carga y montaje de equipos, veladas interminables, ausencia de festivos... Yo no recuerdo haber pasado ninguna Nochevieja con mi padre, ni día de Reyes, fecha similar.
Pero este oficio, como todos los demás también está y estuvo al albur de los cambios tecnológicos. Hace unas décadas los artistas de relumbrón iban de plaza en plaza con las partituras debajo del brazo o, si acaso, acompañados de un pianista. Cuando llegaban a la sala donde actuaban allí estaba la orquesta titular conformada por músicos como mi padre. A estos les facilitaban las partituras, éstos como buenos profesionales que eran interpretaban aquellas partituras, ensayaban unas cuantas veces y actuar “en vivo” ante el público. De esta manera, parte del caché de las estrellas iba para los músicos que les acompañaban.
Pero vino un importante cambio tecnológico: la música grabada, o sea, el conocido como “playback”. Y esto, como siempre, favoreció a unos y perjudicó a otros. Como favorecidos, los “artistas” que ya no traían partituras ni pianista, simplemente traían la música enlatada. Ya no les hacía falta acompañamiento, ni tan siquiera ensayos, ni cuidar su voz y, lo más importante, ya no tenían que deducir parte de sus emolumentos. Y esto les pareció un invento excelente ¡cómo no! ¡que viva la tecnología! Los perjudicados fueron gente como mi padre, músicos al fin y al cabo (tanto o más que los “artistas”), que se quedaron sin esos ingresos. Pero había que “ir con los tiempos...”
La nueva tecnología también ofrecía a los “artistas” la oportunidad de grabar discos (que sus seguidores pagaban a precio de oro) que les permitían divulgar su música y obtener pingües beneficios sin tener que hacer viajes, cargar con el material, trasnochar, etc., etc. E incluso esa misma tecnología a ellos sí les permitía pasar la Nochevieja con su familia y amigos, viéndose a sí mismos en la televisión cantando (haciendo que cantaban) y sin ningún músico detrás. ¡Qué buena la tecnología! ¡Qué cosa más grande es esto del progreso! Mientras tanto yo seguía sin poder pasar esa misma noche con mi padre que seguía dando tumbos de escenario en escenario.

Pero los cambios no se detienen nunca y lo que otrora te favorece más tarde te perjudica y es que arrieros somos. El paso del tiempo trajo el último cambio tecnológico: Internet. Y claro está, de nuevo hubo un sector de la población que se benefició de lo que se les ofrecía: la gente de la calle se podía obtener música sin tener que pagar por ella. Adiós a los discos a precio de oro.
Pero, ¡ay! lamentablemente, esta vez los perjudicados iban a ser los “esforzados artistas” que, tan molestos como lo estuvo mi padre en su momento cuando los cambios acabaron con sus dos ocupaciones principales, se quejaron amargamente al ver comprometidos sus ingresos. Algunos de ellos se pusieron a temblar al pensar que en vez de comprarse dos Ferraris tal vez sólo podrían comprar uno. ¡Qué lástima!
No hay derecho –decían–, así se acabará con los músicos e incluso con la Música, repetían. Al parecer, aquellos a los que, en su momento, dejaron en la calle y quitaron el pan de la boca (en nombre del progreso) no eran músicos ni hacían Música. Al parecer una ocupación “vocacional” como es la Música no será apetecible para nadie si con ella no se puede uno comprar una casa en Miami.
Mozart, que algo tenía de músico y de artista, como otros muchos murió en la más absoluta indigencia, pero estuvo creando sus obras hasta el último día de su vida sin pensar en dedicarse a otra ocupación más rentable. Y no lo hizo porque esa era su vocación además de su oficio. De hecho la creación artística, desgraciadamente, siempre ha ido pareja a una vida cargada de privaciones sin que ello haya supuesto un impedimento para los artistas vocacionales.

Si ahora los supuestos “músicos” identifican su dedicación con abultados ingresos y están dispuestos a renunciar a su “vocación artística” cuando éstos no están garantizados, tal vez tengamos suerte y nos libremos algún que otro advenedizo que está en esto del “arte” por lo que está. Así tal vez queden aquellos que realmente amen y entienden la música como una actividad artística y placentera y no estrictamente económica. Pretender que la Música desaparecerá porque su práctica no esté asociada a beneficios económicos es mucho suponer. Es tanto como decir que cualquier actividad placentera para un ser humano desaparecerá si ésta no es convenientemente remunerada. ¿No es esa suposición una visión demasiado mercantilista de la actividad artística? Que el Arte (suponiendo que lo que hacen esos señores lo sea) haya devenido en una actividad remunerada no es suficiente argumento como para concluir que el dinero es la causa o principio del Arte. El que piense así debería pensarse seriamente “hacérselo mirar”.

Pero, además, a esos “artistas” nadie les prohíbe volver a sus orígenes. Siempre pueden ganarse la vida como se la ganaron muchos otros antes que ellos: viajando, ensayando, cargando y descargando el material, trasnochando y “cantando” de verdad por esos escenarios de aquí y de allá. Cuenta ahora, además, con la ventaja de que aquellos que les darán de comer pagando entradas (nada baratas) por ir a verlos, lo harán porque previamente conocieron su “arte” gracias a la divulgación que les dará internet. Y tal vez se acuerden de favorecer a esos otros músicos (que al parecer no cuentan) llevándolos consigo a los conciertos, en lugar de llevar la música en una lata.

Y que tengan fe y paciencia. Si en algún momento les favoreció la tecnología y luego ésta se mostró esquiva, tal vez más adelante les vuelva a sonreír la suerte. Es la “ley del progreso”.

No hay comentarios: